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BITÁCORA DE LA FILMACIÓN DE JESÚS DE PUNTA DEL ESTE (III)

Este nuevo texto que publicamos se titula EL RIVENDEL y es el adelanto exclusivo para nuestros blogs del capítulo 98 del libro inédito de HUGO GIOVANETTI VIOLA, EL TALLER DE LA VIDA / CONFESIONES.

Gerardo Pérez Céspedes es un empresario y poeta que al empezar el milenio construyó un hotel orientado por las coordenadas esotéricas que señalizaban el Axis Mundi de don Francisco Piria y lo bautizó Rivendel en homenaje a Tolkien.

Y en ese mejor lugar concebible de Piriápolis nos alojó un radiante fin de semana otoñal para que filmáramos, entre muchas otras, la escena-clic de la crucifixión de Leonardo Regusci.

Allí se consumó la propuesta de acceder a un cine posible y multimediático de Moure Clouzet, porque se organizó una fiesta-Gólgota donde los invitados, entre los que figuraban el pintor Guillermo Büsch, la psicóloga Raquel Guadalupe, el musicante y fotógrafo Ricardo Comba y el comunicador Miguel Muto, no sabían lo que iba a pasar, más allá de estar conscientes de su participación en una película.

Entonces sube a la tarima Willy Wood completamente desnudo y canta con la guitarra Hombre-árbol-búho: No sé nada de estos días que me quieren decir algo / desde el hueco del dolor. / El latido de la luna en el hombre-árbol-búho / el latido de la cruz. / Y no soy yo y no sos vos / es todo el universo / en el corazón de esta noche. / No sé nada de estos siglos que nos quieren decir algo / del misterio, del amor. / Tus tristezas siempre tuyas tus miserias siempre nuestras / la que lava siempre es Dios.

Meclados con el público están el Rey y la productora-Ahab Federica Finkbein, que filma secretamente al ejecutado con una cámara fotográfica para venderle el material a En trozos en la Punta, un programa chatarrero porteño.

Y Leonardo ataca con En el abrazo final, otro tema de su autoría: Ya perdí lo que nunca fue mío / ya empobrecí hasta el amor / ya falta poco. / Ya lloré por cada humano ya oré / me humillaré hasta humildar / un hombre nuevo. / Y me desintegraré en migas de paz / para que coman todos. / Un relámpago me romperá / en pájaros perfectos. / Me iré. / La lluvia la eternidad un abrazo / el misterio amansará / mis tres tristes ojos. / Y un pájaro se llevará mi corazón / hasta el carozo del sol / se me astillarán los huesos / como huevos de estrella / y me explotarán de los poros mariposas / en el abrazo final / desnudaré todas las canas de mis alas / y me iré con Dios.
Y apenas se levanta y cae fulminado por la explosión de un aneurisma aparece Mariana Ventura, que zafa de un patovica y aúlla escalofriantemente mientras trata de recoger el cuerpo de Leonardo igual que en una Pietà y aquello duró tanto rato que Álvaro me hizo señas para que empezáramos a aplaudir porque pensó que Leticia Acosta había entrado en un trance delirante.

¿Viste cómo podía llorar, Giovanetti?, me toreaba después la vedette carnavalera que nunca quiso ensayar esa escena y aquel día se transformó en una tremenda actriz que ya apiadó y electrizó a las miles de personas de veinte países que vieron el making-off de Jesús de Punta del Este en nuestro blog oficial.

Esa noche también grabaron preciosas escenas Sabrina Speranza, Cristina Velázquez, Horacio Lapuriz, Juan Comesaña, Victoria Césperes, Norina Torres, Mónica Pedreira y el debutante Federico Moure con sus diez añitos.

Y al otro día salimos muy temprano para Maldonado a registrar a Miguel Muto en pleno Canal 7 leyendo el obituario de Leonardo Regusci y liquidamos unos cuantos exteriores en la plaza de la Torre del Vigía, donde se agregaron Martín Pitu Ferreyra, nuestro impagable Judas quilombero y el propio Gerardo Pérez Céspedes, que ya se comprometió a asumir un protagónico en Belleza uruguaya, el próximo largometraje de ficción que realizará elMontevideano.

Y fue todo hermandad. A mí me importaron particularmente las repetidas felicitaciones de Guillermo Büsch, un extraordinario plástico que iba a participar como escenógrafo en el primer Jesús de Punta del Este y que nació sin la más mínima capacidad de regalarle flores inmerecidas a nadie. Y después supimos que la barra de Piriápolis se quedó comentando hasta la madrugada aquel silencio blindado que provocó la cuajadura desnuda del arte de Willy. Y eso es más que un elogio.

Hace poco charlábamos con Juan Martín Moretti, un ex-alumno de guitarra hijo de Blanca Aguirre, la encantadora mujer-muchacha que nos mandó a hacer la nota dominical en El País en el 98 y a la que le vi el alma nada más que a través del teléfono porque a los poquísimos días viajó de golpe al Padre, sobre la luminosa misión que les corresponde cumplir a algunas ráfagas de la desgracia.

Porque si yo no hubiese conservado aquel reportaje tan humillante y Moure no se hubiese emperrado en arrancármelo de las falanges para leerlo en la trinchera estrellada no tendríamos película.

HUGO GIOVANETTI VIOLA

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