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UN CUENTO DE PABLO COSSIO

Pablo Cossio (Uruguay, 1983) integró el Taller Literario Universo, donde publicó sus primeros cuentos y poemas en el volumen colectivo Aunque se llene de sillas la verdad (Grupo Editor Caracol al Galope, 2004), y posteriormente trabajó en Maldonado con Leonardo Regusci.
Actualmente es seminarista en el convento carmelita San José de la Montaña, y actuó en la película Jesús de Punta del Este representándose a sí mismo.

MARTES DE GRASA


para Alberto Cáceres y el padre Jorge
embajadores de la pureza


Vos precisabas amar. Y cuando tomaste tu primera comunión, no entendiste cuál era el fuego que te adornaba la vida.
Eras siempre el último en comulgar, querías sentirle los ojos a la gente cuando volvían. Pero no fue hasta que diste tu primera misa y les viste brillar la carne con la hostia, que les entendiste el hambre.
Entre los peregrinos del domingo se te apareció una niña flaca con un shorcito y una malla de pezones heridos. El pelo le tapaba la mitad de la cara.
-El cuerpo de Cristo -le dijiste.
Ella levantó la belleza de una lágrima y se fue sin decir amén. Te preguntaste cuánta humildad se precisa para no separarse nunca de ese todo eterno, o si después de misa queremos volver a trillar solos esta vida: pero no estamos hechos para eso.
Nunca te olvidaste de la escuela con aquellos salones de ladrillos plateados -casi como la fiebre- cuando te preguntaron cuál de las chiquilinas te gustaba. Dijiste que las amabas a todas. Ellos, con su inocente perversidad, trajeron a la más fea de la clase para que le dieras un beso. Vos dijiste que no, pero que a ellos los amabas igual. Todos se rieron y desparramaron la escena. Cuando tus padres se enteraron -nunca entendiste por qué- te encerraron en tu cuarto. Vos no quisiste explicar nada. Te dormiste leyendo a Kafka, te despertaste abajo de la cama y sentiste cómo la fruta se te pudría en la espalda. El desayuno tenía olor a podrido.
El seminarío no fue fácil. Y para quién es fácil afeitarse la mierda-mater, calzarse el hombre-espíritu y pelear con los tres enemigos del alma -el mundo, el demonio y la carne. Después, enterrado doce años en la soledad de aquella iglesia caída en el campo, las tardes de domingo -cuando sentías que Dios dejaba que te las arreglaras solo- precisabas buscar el cosmos, y soñar la desrealización cromática del mundo en los vitrales te ayudó a soportar lo inmenso de esos días.
La grasa te empezó a marchitar el halo. Aunque no fue la castidad lo jodido del seminarío, la obediencía era la cosa. Y la rebeldía joven te llenó desde el hueso. Había que escuchar a esos cuerpos hinchados de siestas, armados de elegancia planchada por la gorda, esas hienas ordenando el silencio y el ayuno. Pero había que obedecer. Y conociste a tiempo la otra parte. La de las misas diarias, la de los grupos de alcohólicos, la que muere redimiendo en el confesionario, la que no se olvidó de amar. Eso eras vos. Pero qué ibas a hacer en ese campo lleno de árboles muertos, cómo ibas a volar en esas noches desiertas.
Aunque la brisa eterna abraza.
No supiste si Azucena fue la manzana o la respuesta. Te estabas volviendo un viejo de mierda y esa pendeja amaba como vos años atrás. Ella no dejó tarde sin confesarse, después vos te encerrabas en tu ataúd y terminabas llorando con las manos lechosas. La tarde que no te encontró te dejó una rosa en la puerta mientras rezaba un Avemaría. Vos las fuiste juntando para limpiarte la culpa color medusa. El domingo sentiste como si ella te besara los ojos y supiste que era su última comunión. Entonces corriste a tu cuarto, te comiste una flor pidiendo perdón y dándote la cabeza contra la puerta.
No se puede amar sin crecer ni crecer sin amar.
Desde niño le escribías cartas a Dios, y en las vísperas de los miércoles de cenizas, esos martes de grasa, te escapabas al muelle para hacer barquitos que cargaran tu vida en el vidrio estrellado de la purificación. Ahora las escribías en el baño y ya no pedías perdón, querías perder la fe, que no te importara nada. A veces las usabas para limpiarte, aunque después te doliera el corazón cuando el agua barría el water y tu alma.
Pero no se puede cagar en lo que te reina en el centro.
Nada en esa vida era como vos querías. Y nunca te dolió colgar la sotana después que el padre Felipe -otro viejo de mierda- te recordó que antes que nada este reino no te pertenece.
Era otro el barco que llevaba a tu miércoles de cenizas.

1 comentario:

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