miércoles

BITÁCORA DE LA FILMACIÓN DE JESÚS DE PUNTA DEL ESTE (IV)

Este nuevo texto que publicamos se titula LA CRUZ y es el adelanto exclusivo para nuestros blogs del capítulo 98 del libro inédito de HUGO GIOVANETTI VIOLA, EL TALLER DE LA VIDA / CONFESIONES.

A mediados de los 80, el veinteañero estudiante de Facultad de Humanidades Álvaro Moure Clouzet y cuatro amigos antimperislistas se propusieron escandalizar la Playa Ramírez con una performance indiscutiblemente creativa: armaron una cruz de siete metros por tres con tronquitos de los que se usan para hacer arcos de fútbol, la clavaron en la arena apoyándole un Judas-Ratón Mickey sentado sobre una tapa de water y la incendiaron.

Y antes que se lo llevaran preso, mientras observaba las llamaradas heréticas sentado con sonriente tranquilidad en el murito de la rambla, el futuro cineasta le escuchó comentar a una señora: ¿Qué querrá decir esto?

Más de veinte años después, en una de las primeras reuniones de diseño de producción de Jesús de Punta del Este, Álvaro nos propuso hacer lo mismo a Willy y a mí pero en el monumento de los Dedos de la península y cuando nos dimos cuenta que no estaba hablando en joda le tiramos el asunto al óbol haciéndonos los mexicanos casi con diversión pero nos miramos fijo.

Hasta que en 2007 nuestro compañero del alma insistió fervorosamente con la perpetración del revival ochentista y a mí se me ocurrió que podía ser una escena onírica ilustradora de la agonía de Leonardo Regusci y me pasé tres días craneando una frase definitoria de la cobardía posmoderna para ser proferida en off y me quedó muy poética: EL CONSUMISMO SALVAJE ES CAPAZ DE INCENDIARNOS LA FE PARA VENDER TRISTEZA.

A Álvaro le encantó la idea y nosotros nos junamos con Willy como diciendo: Bueno, después de todo a Teilhard de Chardin también lo excomulgaron.

Y en agosto decidimos ponerle el cascabel al diablo y nos instalamos un viernes de noche en el Nogaró y planificamos cada movimiento con un inevitable nerviosismo terrorista y el sábado compramos dos gruesísimos puntales de eucalipto de tres y siete metros en una barraca de Maldonado y pedimos permiso en Prefectura para filmar un fueguito escenográfico y el oficial nos dio el okey entusiasmado por la próxima película y los troncos eran tan pesados que apenas pudimos hacerlos rodar hasta los Dedos aunque igual los clavamos y los atamos y los forramos con sábanas chorreantes de querosén y aceite quemado y después de hacer bruto pozo en la arena nos dimos cuenta que no podíamos levantar la cruz para enterrarla.

Éramos cinco hombres: Álvaro, el Pitu, Willy, Comesaña y yo. Juan recién se nos sumó el sábado porque estaba saliendo de una gripe terrible pero tenía que actuar carcajeando histéricamente frente al fuego del Gólgota. El resto del equipo eran Nanda Sanjurjo y Rosa Echenique, encargadas de las cámaras y la foto fija, y el pobre Fede Moure, que después de vernos echar los bofes durante dos horas sin que un maldito auto se arrimara a ayudarnos, comentó delicadísimamente: Papá, ¿sabés que parece que estuviéramos locos?

Al final nos conformamos con apoyar la cruz inclinada entre dos dedazos del monumento y cuando tremolaron las llamaradas hacia el estrelladísimo cobalto oceánico se pudieron hacer las tomas de Leonardo Regusci y el locutor porteño recortados sobre el trasluz infernal y el traperío se carbonizó en un rato pero la cruz quedó más intacta que la fe de María Magdalena.
¿Querías posmodernidad?

Bueno, allí la tenés. Nadie, lo que se dice nadie nos dio pelota.

Y lo graciosamente triste es que a mediodía habíamos previsto un escándalo apocalíptico tramoyado por la prensa carroñera y la posibilidad de que Moure y yo fuéramos presos y Fede lo tomó con tranquilidad de querube, aunque aclaró que lo que él no quería era que lo internaran en un asilo infantil.

El domingo vimos amanecer la gigantesca cruz apenas chamuscada entre los gigantescos dedos y mateamos sintiéndonos un poco ridículos pero profundamente orgullosos por haber trabajado con tanta garra. Comesaña todavía llora de risa acordándose que apenas llegó a la península arriesgándose a pescarse una bruta neumonia y me preguntó cuánto demorarían en arder los troncos yo puse cara de talibán veterano y murmuré: Quince o veinte minutos.
Pero al volver a casa oriné sangre y Rosina disimuló el susto y se preparó: Acostate y esperá. Y si vuelve a pasarte nos vamos a la sociedad enseguida.

No me volvió a pasar. Los riñones se me quejaron igual que a un tamborilero, nomás. Fue la primera vez, sin embargo, que sentí que podía tener un tumor como el de cualquier hijo de vecino y que ahora estaba enamorado irreversiblemente del atardecer.

(ver secuencia)

HUGO GIOVANETTI VIOLA

2 comentarios:

Alimontero dijo...

Vengo de Interiores de ZEN..y enganché el link...y la verdad chicos que me devorado este escrito...y tbn me he reído mucho por la espectativa de irse encarcelados...jajaj... la verdad una frustración...y menos mal!, no??
un abrazo desde chile,
Ali

Anónimo dijo...

Gracias Ali, nos encanta poder compartir todo esto que hemos disfrutado tanto hacer y Vivir.
Un abrazo grande.